La Huasteca Potosina está perdiendo su selva a un ritmo alarmante, en apenas 16 años, más de 36,200 hectáreas de vegetación original han desaparecido por la expansión agropecuaria, según el estudio La biodiversidad en San Luis Potosí de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), esta devastación equivale a más de 50,000 canchas de fútbol de selva que antes sostenían a las comunidades y a un vasto mundo animal.
La pérdida de selva no es solo un dato estadístico: afecta directamente la vida de quienes habitan la región. Los ríos bajan su caudal, las lluvias provocan inundaciones más intensas y plagas como la langosta destruyen cultivos básicos como maíz y frijol.
Los pueblos tének y nahua enfrentan la presión de la agricultura y la ganadería, lo que amenaza tanto su tierra como su cultura, aunque existen áreas protegidas, como la Reserva de la Biosfera Sierra del Abra Tanchipa, estas no bastan para frenar el avance de la frontera agropecuaria.
Expertos recuerdan que desde los años setenta, con proyectos como el Pujal-Coy, se inició un proceso que debilitó la capacidad de recuperación de la selva, limitando servicios vitales como el suministro de agua limpia, el control de inundaciones y el refugio para especies animales y vegetales.
El impacto es tangible: las familias dependen de los bosques para mantener sus cultivos, regular el agua y protegerse de fenómenos naturales. Sin selva, los riesgos de sequías, plagas e inundaciones se multiplican, poniendo en peligro la seguridad alimentaria y el patrimonio cultural de la región.
La Huasteca necesita urgentemente un equilibrio entre producción y conservación. Proteger los bosques no es un lujo, es una necesidad para garantizar el sustento de más de 700,000 habitantes.