Tras las recientes lluvias, la Huasteca ha despertado con un esplendor que parece pintado a mano, cada ejido y comunidad refleja la fuerza de la naturaleza en milpas que se alzan verdes y vigorosas, recordando la íntima relación que existe entre la tierra y quienes la trabajan.
Los caminos polvorientos se transforman en senderos cubiertos de agua y barro, mientras el aire se llena del aroma fresco de la tierra mojada.
Campesinos recorren sus parcelas, inspeccionando los surcos y los brotes de maíz, que prometen buenas cosechas, mientras que los niños corretean entre las milpas, como si celebraran con su alegría la abundancia que trae la temporada de lluvias.
Para las familias huastecas, la milpa es mucho más que alimento: es tradición, historia y sustento, cada mazorca que crece es un legado de generaciones que han sabido leer la tierra, escuchar la lluvia y trabajar con paciencia y dedicación.
"Con el agua, todo renace, ver la milpa crecer es ver crecer la vida misma", comenta don Mateo, agricultor de un ejido cercano, mientras acaricia los tallos verdes de maíz que se mecen con la brisa.
Pero la belleza de los campos no se limita al maíz. Las lluvias también revitalizan los ríos y arroyos, llenan de vida la fauna local y pintan los cerros con un verde intenso que contrasta con los cielos nublados y dramáticos, un espectáculo que fascina a visitantes y habitantes por igual.