
El alma del maíz sigue viva en la Huasteca
En la vasta región Huasteca, que abarca territorios de Veracruz, Tamaulipas, San Luis Potosí, Querétaro, Hidalgo y Puebla, el maíz no es solo un alimento: es el corazón de una cultura que ha sobrevivido miles de años, entre los pueblos tének, nahuas, otomíes y totonacos, esta planta representa la vida, la memoria y la continuidad de una civilización que aprendió a dialogar con la tierra antes que a dominarla.
De acuerdo con el etnohistoriador José Joel Lara González, cuya investigación fue publicada en la revista Antrópica, la Huasteca ha sido durante más de 3,500 años un espacio donde distintas comunidades mantienen una relación espiritual con el maíz, domesticado hace cerca de 9,000 años y considerado base de las antiguas civilizaciones mesoamericanas.
Los registros históricos llaman a este territorio "Tonacatlalpan", la Tierra de Nuestro Sustento, y "Xochitlalpan", la Tierra Florida. En ambas denominaciones se reconoce la fertilidad del suelo y la conexión sagrada entre la naturaleza y la vida comunitaria. Según los mitos, fue en esta región donde los dioses entregaron los primeros granos a la humanidad.
En comunidades tének de San Luis Potosí, sembrar maíz sigue siendo un acto ceremonial. Llaman a esta práctica om´ats talab, o "siembra sagrada de lluvia". Antes de trabajar la tierra, piden permiso a los espíritus y, tras la cosecha, ofrecen las primeras mazorcas en el ritual conocido como kwetom talab. El maíz, para ellos, tiene un alma, Thipak, representada como un niño, símbolo de vida y agradecimiento.
Pero este legado enfrenta amenazas. Lara González advierte que el sistema tradicional de milpa —donde el maíz crece junto con frijol y calabaza— está desapareciendo por el abandono del campo y los costos de producción.