¿Quién me compra una gallina ponedora?
El ruido característico del tianguis dominical despedía su algarabía en las inmediaciones de la calle Abasolo al caer la tarde; los comerciantes, recogiendo sus mercancías no vendidas, se preparaban para el final de la bulliciosa jornada.
Las campanas de la Iglesia Santiago de los Valles repiqueteaban, marcando la tercera llamada a misa y señalando el cierre de la actividad comercial.
En ese momento, la atención de la gente apresurada se vio repentinamente atraída por un pregón resonante que se elevaba desde la calle peatonal Padre Xavier: "¡Pollos y pollas! ¿Quién me compra una gallina ponedora? Se la dejo barata".
El protagonista de este inusitado espectáculo era un hombre de aproximadamente 50 años, quien sostenía con una mano un gallo y con la otra una gallina, que tenían unidas sus patas con un rudimentario trozo de mecate. En un morral de plástico, cargaba otra ave de corral, con la cabeza inclinada hacia el suelo.
En cuestión de minutos, el hombre, originario de la sierra de Tamasopo y rezagado por el transporte público debido al flujo constante de visitantes en Valles, ya había captado la atención de un grupo compuesto por niños, mujeres y hombres.
La calle Padre Xavier, decorada con ornamentos navideños, se convirtió en el escenario de una breve pero intensa exhibición.
Desde la puerta de la iglesia, las primeras oraciones de la celebración eucarística dominical se escuchaban, mientras el vendedor ambulante de pollos se desplazaba, con su pregón persistente, hacia la calle Abasolo.
"¡Le vendo un gallo, amigo!" Exclamó, dirigiéndose a un vendedor de nieves.
"¡Mira mamá, un gallo!" Gritó un niño emocionado, arrastrando a su madre para que dirigiera su atención al hombre de las aves, un forastero que no llegó a tiempo debido a la afluencia de visitantes en Valles.
Las luces del alumbrado público comenzaron a encenderse ante la inminente caída de la noche, mientras el comerciante de pollos intentaba realizar una venta con el gallo que sostenía en su mano derecha. Se acercó a un hombre de mediana edad en la esquina de Abasolo y Madero, ofreciendo su mercancía con un persuasivo: "Ándele amigo, hagamos trato, se lo dejo a 150 pesos, la polla en cien y la gallinita que traigo en el morral en 80 pesos. ¿Qué dice?" Sin embargo, la venta no prosperó.
En el interior de la Iglesia el evangelio ya era leído, mientras sobre la calle Porfirio Díaz, sorteando el bullicio del final de un día de tianguis, se alejaba el pregón persistente de un vendedor: "¡Pollos y pollas! ¿Quién me compra una gallina ponedora? Se la dejo barata".
Así, en medio de las luces titilantes y el murmullo de los rezos procedente de la iglesia, la fugaz presencia del vendedor de pollos se desvanecía, dejando tras de sí la estampa única de un domingo vespertino en Valles, donde la cotidianidad se mezcló con lo insólito en las calles impregnadas de tradición y curiosidad.